Floración de Buenos Aires

Un soñador, Charles Thays (1849-1934) imaginó Buenos Aires como una paleta cromática. Soñó Versailles y plantó en Buenos Aires árboles bordeando las avenidas, parques magníficos, jardines. Hace más de un siglo estos árboles y la gracia de sus flores nos acompañan en un espacio bello, humano y a la vista de todos.

Los árboles y sus flores, las visité cada año; tendida las miraba. O ellas a mí. Recogí los pétalos, lilas, amarillos, rosas, para adornar mi mesa. Cuando niña, era el único plato entre las muñecas.

Me convertí en una pintora estacional: no puedo sustraerme del crujido de las hojas en otoño, ni al oro de su tiempo. Ni a la iridiscencia esmeralda de la primavera o al desamparo de las ramas durane el invierno.

La fiesta fragante del verano me inunda de verdes.

Sobre un calendario puse manchas de color por cada mes:

Me gusta pintarlas en pocos trazos. Flotando en el aire del papel, puestas en los cielos luminosos, intensos, leves, insinuando el contorno apenas, o ensas en su lecho de hojas. Su presencia no delata el inmenso esfuerzo conque la planta concluye su viaje de estación en estación.

Estoy agradecida a mis hados; a Maurice Maeterlinck y su sabiduría en el tratado sobre la inteligencia de las flores. A Juan L. Ortiz, poeta entrerriano que me guió en la observación trascendente de la naturaleza. A Charles Thays que puso estos árboles en mi camino.

Buenos Aires, mayo de 2001

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Charles Jules Thays

Me gusta imaginar al arquitecto paisajista Charles Jules Thays, caminando por un sendero con las dríades como compañía, quienes le susurran sobre las bondades de tal o cual árbol por su sombra, por la música de sus hojas, el color de sus flores o el perfume que cura o embriaga.

El fundador del Jardín Botánico de Buenos Aires era un científico, un investigador, un botánico pero era, para mí un poeta por sobre todas las cosas. Por que son poetas los que despiertos sueñan y explorar la belleza allí donde se encuentran.

Los árboles, los arbustos y las plantas son el adorno y el vestido de la tierra, decía Juan Jacobo Rousseau. Thays sabía de los jardines más antiguos que la humanidad conoce.

En tierras nuevas se dispuso a sembrar y exaltó lo que de ese lugar era propio, en un gesto de cortesía hacia la urdimbre que la tierra crea en cada sitio. Despliega las joyas nativas a los ojos del paseante, las agrupa en un ramo en el que fuera su hogar, el Jardín Botánico, junto a aquellas que provenían de tierras lejanas en una muestra de fraternidad vegetal de belleza deslumbrante.

Con el mismo amoroso cuidado con que dispuso sus jardines, encomienda a sus discípulos la obra, y funda una familia que se convertirá en una guardiana del paisaje.

Parece un taoísta iluminado cuando habla de contemplación de los árboles: "el espíritu entonces descansa, las penas se olvidan, momentáneamente por lo menos, y el aspecto de lo bello, de lo puro, produce un efecto inmediato en el corazón…"

Lo más extraordinario nos viene de la vida diaria; imagino a Thays ocupándose de lo pequeño en el cuidado de cada una de sus plantas y desde allí, casi sin proponérselo, trabajar para lo inmenso.

Thays nos acerca un jardín a escala humana, pequeño, manso, familiar, que podemos gozar, cuidar y contempla y y que a veces milagrosamente nos deja entrever el Jardín primordial del Tiempo Eterno.

Aquel donde mora la naturaleza intacta, donde una gota de rocío refleja las diez mil cosas en la armonía del universo. Hacia ese jardín se dirigían los antiguos, los sofistas de Grecia argumentaban cerca del mar, los eremitas y los taoístas se internaban en silencio reposando de la montaña hasta formar parte de ella. El mismo Rousseau seguramente al final de su vida recogiendo bayas en los Alpes, busca como los filósofos de la naturaleza, en la disposición de los pétalos de la más humilde de las flores, el destello de una estrella lejana.

En este mismo momento me pregunto frente al estanque con los iris bebiendo del agua, mientras una suave brisa los inclina, si aquellos hombres con azadas y palas o aquel que camina hacia los almácigos no serán almas encarnadas de los filósofos y poetas cuidando los misterios que la naturaleza no devela.

Thays nos rodeó de belleza al mismo tiempo efímera e imperecedera, mis flores pintadas son las que ya miradas por él y que danzan de estación en estación con la música del Tiempo Infinito.

Buenos Aires, primavera de 2006.

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Vi flores…

 Vi flores languideciendo  bajo el sol, convertidas en seda misma del paisaje, unidas a él por los tonos de ramas, hojas y troncos oscuros.

     Y otras,  bordadas entre el verde, como tapices aterciopelados, suntuosos y fragantes de perfumes desconocidos.

 Vi las interrogantes, intensas y breves mordiendo la mañana y la tarde, y también insomnes por la noche.

  Vi las tiernas, las que apenas flotan, y que son además alegres y musicales como el canto de los niños en libertad.

    Esta serie termina aquí y la he llamado Las atmosféricas.

   En la serie Oriental, las flores se presentan  como símbolos de tinta japonesa espesa, tan negra que vira al azul y se convierte en noche hasta que el color las perturba, les arranca preguntas y las vuelve salvajes y libres.

Vi flores…

  Flores visitadas por abejas, que se hunden de amor en las corolas, y que vienen y van con su carga preciosa hacia la colmena.

   Y la miel más dulce y perfumada, la cera opalescente… Y ellas mismas en el canto a la vida más antiguo, más humilde y soberano.

  Y así, en su pasaje por la cera, las flores se han vuelto opulentas , y las abejas se han unido a ellas como mensaje de amor profundo y de esperanzada entrega.

Esta fue la última serie de flores, aquellas intervenidas con cera de abejas, y con abejas.

Verano 2012.